Los amores del Taita Imbabura
Los amores del Taita Imbabura
Cuentan que en los tiempos antiguos las montañas eran dioses que
andaban por las aguas cubiertas de los primeros olores del nacimiento
del mundo. El monte Imbabura era un joven vigoroso. Se levantaba
temprano y le agradaba mirar el paisaje en el crepúsculo.
Un día, decidió conocer más lugares. Hizo amistad con otras montañas a
quienes visitaba con frecuencia. Mas, una tarde, conoció a una
muchacha-montaña llamada Cotacachi. Desde que la contempló, le invadió
una alegría como si un fuego habitara sus entrañas.
No fue el mismo. Entendió que la felicidad era caminar a su lado
contemplando las estrellas. Y fue así que nació un encantamiento entre
estos cerros, que tenían el ímpetu de los primeros tiempos.
-Quiero que seas mi compañera, le dijo, mientras le rozaba el rostro con su mano.
-Ese también es mi deseo, dijo la muchacha Cotacachi, y cerró un poco los ojos.
El Imbabura llevaba a su amada la escasa nieve de su cúspide. Era una
ofrenda de estos colosos envueltos en amores. Ella le entregaba
también la escarcha, que le nacía en su cima.
Después de un tiempo estos amantes se entregaron a sus fragores. Las
nubes pasaban contemplando a estas cumbres exuberantes que dormían
abrazadas, en medio de lagunas prodigiosas.
Esta ternura intensa fue recompensada con el nacimiento de un hijo.
Yanaurcu o Cerro negro, lo llamaron, en un tiempo en que los pajonales
se movían con alborozo.
Con el paso de las lunas, el monte Imbabura se volvió viejo. Le dolía
la cabeza, pero no se quejaba. Por eso hasta ahora permanece cubierto
con un penacho de nubes. Cuando se desvanecen los celajes, el Taita
contempla nuevamente a su amada Cotacachi, que tiene todavía sus nieves
como si aún un monte-muchacho le acariciara el rostro con su mano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario