lunes, 25 de junio de 2012

Laguna de Mojanda, Otavalo

Laguna de Mojanda, Otavalo

 

 

Ubicada en la provincia de Imbabura, a 17 Km. al sur de la ciudad de  Otavalo y a 75 kilómetros de Quito, en la cima del sistema montañoso del nudo de Mojanda-Cajas, y ocupa el cráter de un volcán extinguido, compuesto por 3 lagunas Huarmicocha o Lago mujer, Caricocha o Lago hombre, es la mayor y Fuya-Fuya o laguna negra. Las tres están enlazadas por senderos de páramo y defendidas por dos montañas, rodeadas por extensos pajonales y remanentes de bosque nativo que mantienen una biodiversidad representativa de los páramos del septentrión andino.


Información de la Laguna de Mojanda

La Laguna Negra  y la Caricocha  tienen un largo de 550 metros por 260 metros de ancho, ambas tienen origen volcánico ocultando dos cráteres. La laguna Chiquita en cambio tiene un origen glaciar. Las tres lagunas están en los límites de las provincias de Pichincha e Imbabura.     
La laguna de Mojanda esta ubicada a los pies del cerro Fuya Fuya a 4.263 msnm  es preferido por varios turistas que gustan del andinismo en sus diferentes especialidades. En esta zona el clima es frío y las condiciones del paisaje cambian de acuerdo al paso de las horas del día. En las noches la temperatura baja considerablemente. El entorno natural ha cambiado debido a las quemas del pajonal.
La belleza paisajística que ofrece el sector es el principal atractivo. Se puede ascender al pico más alto de los que rodean la laguna, y desde su cima observar gran parte del callejón interandino de la Sierra Norte del Ecuador.
El turista puede circundar la laguna a pie o llegar en vehículo hasta las otras lagunas, el circuito se hace inolvidable por la presencia en la zona de uno de los bosques de altura única, que se conservan en forma primaria con la presencia de flora y fauna propias de los páramos ecuatorianos.
Además se puede realizar varias actividades como la pesca, pero se debe hacer en bote ya que en la orilla hay demasiado movimiento y ruido. Para los amantes del trekking, hay varios senderos alrededor de la laguna, se puede subir al volcán Fuyafuya o practicar escalada en el Cerro Negro.



EL LECHERO

EL LECHERO






Otra creencia bien arraigada entre los nativos la constituye El Lechero, árbol totem existente en las lomas de Monserrate, al  que entre otros atributos se Ie atribuyen propiedades de mantenedor de lluvias, por lo que acuden con presentes y conjuros cuando la sequía azota los campos

Obtenga una vista panorámica de Otavalo en su camino a visitar El Lechero y Lago San Pablodesde este árbol milenario. Se dice que este árbol renueva la energía de aquellos que lo tocan. Cuenta la leyenda que El Lechero y el Lago San Pablo eran un hombre y una mujer que se amaban pero sus familias eran antiguas rivales. Ellos trataron de escapar y vivir libremente pero en su intento fueron capturados y los amantes se convirtieron en el árbol y el lago quedando para siempre uno al lado del otro. Usted puede ver los tres volcanes de este valle.

 

 




Los amores del Taita Imbabura

Los amores del Taita Imbabura

 Cuentan que en los tiempos antiguos las montañas eran dioses que andaban por las aguas cubiertas de los primeros olores del nacimiento del mundo. El monte Imbabura era un joven vigoroso. Se levantaba temprano y le agradaba mirar el paisaje en el crepúsculo.
Un día, decidió conocer más lugares. Hizo amistad con otras montañas a quienes visitaba con frecuencia. Mas, una tarde, conoció a una muchacha-montaña llamada Cotacachi. Desde que la contempló, le invadió una alegría como si un fuego habitara sus entrañas.
No fue el mismo. Entendió que la felicidad era caminar a su lado contemplando las estrellas. Y fue así que nació un encantamiento entre estos cerros, que tenían el ímpetu de los primeros tiempos.
-Quiero que seas mi compañera, le dijo, mientras le rozaba el rostro con su mano.
-Ese también es mi deseo, dijo la muchacha Cotacachi, y cerró un poco los ojos.
El Imbabura llevaba a su amada la escasa nieve de su cúspide. Era una ofrenda de estos colosos envueltos en amores. Ella le entregaba también la escarcha, que le nacía en su cima.
Después de un tiempo estos amantes se entregaron a sus fragores. Las nubes pasaban contemplando a estas cumbres exuberantes que dormían abrazadas, en medio de lagunas prodigiosas.
Esta ternura intensa fue recompensada con el nacimiento de un hijo. Yanaurcu o Cerro negro, lo llamaron, en un tiempo en que los pajonales se movían con alborozo.
Con el paso de las lunas, el monte Imbabura se volvió viejo. Le dolía la cabeza, pero no se quejaba. Por eso hasta ahora permanece cubierto con un penacho de nubes. Cuando se desvanecen los celajes, el Taita contempla nuevamente a su amada Cotacachi, que tiene todavía sus nieves como si aún un monte-muchacho le acariciara el rostro con su mano.